martes, 21 de octubre de 2014

DISURSO DE MAITE CARRANZA EN LA ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES CHICO 2014






DISCURSO ÍNTEGRO DE MAITE CARRANZA EL DÍA DE LA ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES CHICO, EN EL TEATRO SALÓN CERVANTES, ANTE 258 NIÑOS Y NIÑAS.



QUERIDOS PREMIADOS Y PREMIADAS

     No sois los únicos que recibís premios por vuestra ejemplaridad.
   La semana pasada se hicieron públicos los nombres de los dos galardonados con el Premio Nobel de la paz 2014. Son dos activistas que luchan por los derechos de los niños: la paquistaní Malala Yousafzai, y el hindú  Kailash Satyarthi.
     Malala sólo tiene 15 años y defiende el derecho de las niñas a ir a la escuela, por ello, a los trece años sufrió un atentado terrorista que afortunadamente no acabó con su vida. Pero es valiente, no tiene miedo de los extremistas y desde Londres continúa siendo la voz de las niñas que desean estudiar.
     Kailash Satyarthi tiene 60 años y ha dedicado la mayor parte de su vida a salvar a los niños y niñas esclavizados que son obligados a trabajar. Ha liberado a más de 80.000 niños vendidos por sus familias, que trabajaban sin salario, sin derechos, sin horarios. Kailash defiende una vida digna para ellos y sobre todo defiende su derecho a ir a la escuela.
     Hermosa coincidencia la de estos premios nobeles. Se premia a la infancia. Es un premio para todos vosotros porque por primera vez se reconoce la importancia del derecho sagrado de los niños a asistir a la escuela, a aprender, a leer libros y  a soñar.

     Sí, sí, un derecho. Lo habéis oído bien.
     Aprender es un derecho.
     Leer es un derecho.
     Y todos los niños y niñas del mundo deberían tener ese derecho, como vosotros. 
     Quizás no habíais pensado en ello y no habías caído en la cuenta de que sois afortunados.
Porque aquí, donde vivís, las leyes y los adultos velan por vuestra seguridad, vuestra educación, vuestra salud y vuestra felicidad. En cambio por desgracia hay muchos otros países donde los niños no pueden leer ni estudiar.  

     Leer es un medidor de la riqueza de un país.
El número de libros que los niños poseen y han leído nos dicen muchas cosas acerca de ellos. Y hasta son un indicador de su esperanza de vida.

     ¿A que tenéis muchos libros? ¿A que os gusta leer? ¿A que estáis orgullosos de vivir en la ciudad Cervantina donde el genio Miguel de Cervantes escribió sus comedias, sus entremeses, sus novelas ejemplares y la historia más hermosa del siglo de Oro español y de todos los tiempos?
EL QUIJOTE.
     Pues por eso estoy aquí, hoy, con vosotros, para celebrar que tengáis el derecho a leer y para felicitar a vuestros profesores, a vuestros padres, a vuestros libreros y a  vuestros políticos por garantizaros ese derecho sagrado.
     Y para saludaros y felicitaros a vosotros y a vosotras, que sois los protagonistas absolutos de este día tan importante. Los premiados del Día del Premio Cervantes Chico.
    Un pajarito me ha dicho que sois los elegidos y que vuestros compañeros os han escogido porqué tenéis algo especial.
    “¡Algo especial!” “¡Los elegidos!”  Suena a profecía, a magia, a historia fantástica.
    Todo comienza con alguien que es diferente a los demás y a quien los demás tachan de “diferente”. Diferente como...
     Don Quijote de la Mancha,
     O
     Harry Potter
     ¿Os suena?
     Seguramente, porque la ficción se inspira en la realidad y dicen – y yo sé que es cierto- que la realidad supera la ficción.
    Os confesaré que la mayoría de escritores también fuimos niños y niñas algo especiales y – como añadido- un poco raros. Leíamos y nos gustaba perdernos en otros mundos y vivir mil y una aventuras maravillosas en compañía de nuestros héroes favoritos. La mayoría fuimos soñadores, tímidos, y despistados. La mayoría tuvimos amigos que habíamos conocido en las páginas impresas y con los que compartimos los mejores momentos de nuestra infancia.
     Los míos, mis amigos de papel,   fueron Guillermo Brown, el niño inglés que bebía agua de regaliz, decía troncho y era el jefe de los proscritos. O Kásperle, el títere glotón, dormilón y llorón que despertaba cada cien años para jugar y atiborrarse de pasteles. O Phileas Fogg, el intrépido viajero que se comprometió a dar la vuelta al mundo en ochenta días. O Pimpinela Escarlata, el valiente espadachín que salvaba cabezas de la guillotina francesa. O Jo March, la mujercita americana que quería ser escritora. O Tarzán, Lord Greystocke, superviviente de un naufragio y jefe de los grandes simios en la selva africana.   Y tantos y tantos otros.

     Fijaos como me acuerdo de ellos con lucidez, como me emociono al saber que están ahí todavía, en las páginas de los libros que aún conservo  en mi estudio.
      Los libros que hemos leído en nuestra infancia nos han marcado, y nos han dejado un recuerdo imborrable. Como cuando nos cayó el primer diente, aprendimos a nadar, o cuando fuimos a nuestra primera fiesta y nos dimos el primer beso. Siempre, para siempre más, formarán parte  de nuestra experiencia.
      Por eso me siento tan y tan orgullosa de escribir para vosotros, los lectores más selectos, los niños y las niñas que estáis descubriendo el mundo y que os estáis descubriendo a vosotros mismos.
     Es un privilegio acompañaros en vuestra aventura y echaros una mano para que aprendáis quienes sois y también, como no, ayudaros a soñar, a llorar y a reír.
     He querido escribir historias divertidas para vosotros para que os riáis, porque reír es muy sano y de la risa nace la reflexión y la crítica. Por eso me reí de los adolescentes con mi quinceañera “Cándida” y de las pobres hermanas pequeñas de las adolescentes con “¿Quieres ser el novio de mi hermana?” y de los niños gafes con “Mauro ojos brillantes” y de los niños que hacen sexto de primaria y se les comen el bocadillo y les quitan la pelota con “Víctor Yubacuto”, y de los humanos y nuestras rarezas con “El topo Timoteo y los cabezas de Melón”. Y de los piratas cobardes, fanfarrones, padrazos y cochinos con mis “Cuentos divertidos de piratas”.
    Fijaos lo mucho que me he reído, para que luego digan que escribir es aburrido.    
     Pero no sólo quería reírme, a veces me moría de ganas de viajar  a lugares lejanos, lugares por descubrir, misteriosos, apasionantes, poblados de seres especiales y ¿por qué no? Mágicos.  Y  por eso escribí historias fantásticas de brujas y lobos viajando convertida en striga de la noche, como Anaíd Tsinoulis, la elegida de la profecía. O dentro de las tripas de un avión de cuento, como Iván el aventurero,  o gracias a la varita de una hada cruel, como Marina en Dublín, la estudiante de inglés  de “magia de una noche de verano” o como Otília, la aprendiz de periodista escondida en el mercante del capitán D.J a la búsqueda de los míticos arutams.  
    Soñar es hermoso. El mundo puede ser en nuestros sueños como nosotros deseemos. Pero a veces también es importante bajar a la tierra y hablar de los que sufren, de los que lo pasan mal, de los problemas que no podemos resolver, pero que existen y que cuando vosotros seáis mayores podréis solucionar.
    Por eso escribí “Palabras envenenadas” y “El fruto del baobab” para llorar porque la pena es un sentimiento hermoso, muy humano, muy empático. Si lloramos de niños seremos compasivos de mayores y cambiaremos todo aquello que nos hizo llorar de pequeños.

     Y por eso, porque deseaba que vosotros rieseis, lloraseis, soñaseis, viajaseis y  pensaseis escribí los libros y las historias que a mí me gustaba leer de niña y me convertí en escritora con la esperanza que un día no muy lejano seréis vosotros y vosotras los adultos que trabajaréis, decidiréis, legislaréis, gobernaréis y cambiaréis el mundo.
     Seguro que lo haréis muy bien. Mucho mejor que nosotros.
    Y para estar preparados para una tarea tan INGENTE, un sólo consejo:
      ¡LEED!
                            Alcalá de Henares 17 de Octubre 2014 

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